Visión con fruición
"Codiciamos lo que vemos cada día", dice Hannibal Lecter en “El silencio de los corderos”.
Parece que no se equivocaba. Nuestro sistema visual cortical establece mecanismos para darle atención prioritaria no sólo a lo novedoso, sino también de forma especial a lo ya conocido. Al contrario de lo que puede parecer, lo que nos resulta familiar no nos aburre sino que su visión, la experiencia con ello, puede producir, literalmente, placer.
Los niños pequeños son una buena muestra de cómo en la repetición el ser humano encuentra goce.
También Ausubel explica la relevancia de ampliar nuestro conocimiento poniendo en relación los nuevos contenidos de información con los ya adquiridos. Cuando lo conocido entra en la ecuación es cuando lo nuevo se llena de sentido, y el individuo siente el placer subjetivo del entendimiento, ese placer especial que se experimenta cuando descubrimos algo nuevo que nos supone un reto cognitivo pero que logramos aprehender. Ese logro es posible gracias a que conseguimos encajar lo desconocido con los conocimientos previos.
De alguna manera, pues, nuestra psique se las arregla para que lo conocido, lo sabido, lo cotidiano o lo familiar resulte especialmente atractivo, puesto que es información relevante para acercarse a todo lo demás. Esa estrategia es la recompensa mediante el placer, la sensación reforzante por antonomasia. Y no se trata de una simple afirmación lógica; recientes investigaciones en neuropsicología lo avalan.
Irving Biederman y Edward Vessel han puesto de manifiesto que el sistema cognitivo está plagado de un tipo de receptores especiales que se encargan de modular la sensación de placer estableciendo uniones con las endomorfinas cerebrales. Son los receptores mu-opioides. Muy particularmente (y muy curiosamente) uno de los caminos que más transitan son las vías perceptivas visuales cerebrales, en concreto la vía visual ventral también conocida como “vía del qué”, dado que su función principal es la de participar en el reconocimiento de objetos y escenas familiares. La ubicación de estos receptores dentro de la vía no es homogénea, sino que sigue un gradiente de menos a más partiendo de las áreas visuales primarias en el lóbulo occipital hasta las áreas visuales de asociación, en la corteza temporal. El córtex parahipocampal y rinal son la estación final donde lo percibido con nuestros ojos entra en contacto con nuestras memorias, con lo ya conocido… y al mismo tiempo es el lugar donde más se concentran estos receptores mu-opioides encargados de darnos placer.
Es decir, aquello que vemos, entendemos y reconocemos es fuente de placer, y hay una base neurológica para defender tal hecho. Por eso nos quedamos extasiados ante un bello paisaje y necesitamos fotografiarlo. Por eso algunos fans ven Titanic cientos de veces. Por eso deseamos el coche del vecino. Por eso funcionan los anuncios televisivos. Por eso cada día vemos más atractiva a esa persona que al principio no nos llamó físicamente la atención. Quizá por eso el amor nazca del roce, de la familiaridad con alguien. La vista nos guía… y nos empuja al deseo de lo que vemos, para goce de todos nuestros sentidos.
Más información sobre las investigaciones de Biederman y Vessel en http://www.scribd.com/doc/32182764/Perceptual-Pleasure-and-the-Brain-by-Irving-Biederman-Edward-Vessel
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