Neuropsique

Monday, June 28, 2010

Visión con fruición

"Codiciamos lo que vemos cada día", dice Hannibal Lecter en “El silencio de los corderos”.

Parece que no se equivocaba. Nuestro sistema visual cortical establece mecanismos para darle atención prioritaria no sólo a lo novedoso, sino también de forma especial a lo ya conocido. Al contrario de lo que puede parecer, lo que nos resulta familiar no nos aburre sino que su visión, la experiencia con ello, puede producir, literalmente, placer.


Los niños pequeños son una buena muestra de cómo en la repetición el ser humano encuentra goce. La Psicología Evolutiva ha descrito con detalle cómo el bebé aprende repitiendo una y otra vez esquemas de acción con los que pone a prueba la realidad en la que se encuentra. En esas circunstancias en las que p. ej. el bebé golpea cientos de veces el mismo bote de aluminio contra una pared, el niño exhibe una concentración similar a la experiencia de “flow” descrita por Csikszentmihaly, que no da apenas lugar a dudas sobre el disfrute que siente en la realización de la actividad. Nuestra memoria no almacena conscientemente el recuerdo de nuestras sensaciones más tempranas, pero dada la complejidad de la realidad, se puede suponer de forma razonable que la llegada súbita a un mundo como el nuestro no puede resultar otra cosa más que algo abrumador, cuando menos. Sin embargo en la repetición el bebé alcanza el conocimiento, y con ello, el agrado por lo aprendido. Que se lo digan si no a los sufridos padres que se ven cantando ocho veces la misma canción al grito incansable de “¡más!” de su hijo, o viendo por vigésima vez la película de animación favorita del infante. La repetición para el niño es diversión.


También Ausubel explica la relevancia de ampliar nuestro conocimiento poniendo en relación los nuevos contenidos de información con los ya adquiridos. Cuando lo conocido entra en la ecuación es cuando lo nuevo se llena de sentido, y el individuo siente el placer subjetivo del entendimiento, ese placer especial que se experimenta cuando descubrimos algo nuevo que nos supone un reto cognitivo pero que logramos aprehender. Ese logro es posible gracias a que conseguimos encajar lo desconocido con los conocimientos previos.


De alguna manera, pues, nuestra psique se las arregla para que lo conocido, lo sabido, lo cotidiano o lo familiar resulte especialmente atractivo, puesto que es información relevante para acercarse a todo lo demás. Esa estrategia es la recompensa mediante el placer, la sensación reforzante por antonomasia. Y no se trata de una simple afirmación lógica; recientes investigaciones en neuropsicología lo avalan.


Irving Biederman y Edward Vessel han puesto de manifiesto que el sistema cognitivo está plagado de un tipo de receptores especiales que se encargan de modular la sensación de placer estableciendo uniones con las endomorfinas cerebrales. Son los receptores mu-opioides. Muy particularmente (y muy curiosamente) uno de los caminos que más transitan son las vías perceptivas visuales cerebrales, en concreto la vía visual ventral también conocida como “vía del qué”, dado que su función principal es la de participar en el reconocimiento de objetos y escenas familiares. La ubicación de estos receptores dentro de la vía no es homogénea, sino que sigue un gradiente de menos a más partiendo de las áreas visuales primarias en el lóbulo occipital hasta las áreas visuales de asociación, en la corteza temporal. El córtex parahipocampal y rinal son la estación final donde lo percibido con nuestros ojos entra en contacto con nuestras memorias, con lo ya conocido… y al mismo tiempo es el lugar donde más se concentran estos receptores mu-opioides encargados de darnos placer.


Es decir, aquello que vemos, entendemos y reconocemos es fuente de placer, y hay una base neurológica para defender tal hecho. Por eso nos quedamos extasiados ante un bello paisaje y necesitamos fotografiarlo. Por eso algunos fans ven Titanic cientos de veces. Por eso deseamos el coche del vecino. Por eso funcionan los anuncios televisivos. Por eso cada día vemos más atractiva a esa persona que al principio no nos llamó físicamente la atención. Quizá por eso el amor nazca del roce, de la familiaridad con alguien. La vista nos guía… y nos empuja al deseo de lo que vemos, para goce de todos nuestros sentidos.


Más información sobre las investigaciones de Biederman y Vessel en http://www.scribd.com/doc/32182764/Perceptual-Pleasure-and-the-Brain-by-Irving-Biederman-Edward-Vessel